Me inicié en el anime a los seis años, aproximadamente, viendo “Saint Seiya” (o como muchos le decimos todavía, “Los Caballeros del Zodiaco”). Y me “afané”. Le pedía a mis padres las figuras de acción, coleccionaba los álbumes, y en general, buscaba toda suerte de merchandising para justificar —y solidificar— mi fandom. Lo cual, por supuesto, me llevó a disfrutar de “Dragon Ball”, anime con el cual también me vacilé por varios años, haciendo que me compre los álbumes, los juguetes, los videojuegos, y más. Vi hasta la saga GT —la tenía toda en VHS… de dudosa procedencia— y de ahí lo dejé de lado, únicamente animándome a jugar los videojuegos que salían para consolas como la GameCube o la Wii de cuando en cuando. Puede que ya no sea un fanático acérrimo de la saga creada por Akira Toriyama, pero sigue teniendo un lugar especial en mi corazón.

Es por eso que me animé a ver “Dragon Ball Super: Broly” en el cine. Se trata, después de todo, de la primera película de la franquicia en salir en la pantalla grande en mucho tiempo, con harta fanfarria, y muy buenos comentarios. Puede que ya no sea un experto en el tema —si me preguntan sobre la nueva saga, “Dragon Ball Super”, tendré muy pocas cosas qué decirles—, pero creo que todavía puedo ver este tipo de producciones como fanático de la vieja escuela (y por supuesto, también como el crítico de cine que soy). La idea, entonces, era ir a verla para apreciar el fan service, las referencias a historias pasadas, el cambio del backstory clásico de Gokú, Vegeta y Freezer, y disfrutar de las peleas, pero también para evaluarla como película.

Y felizmente puedo decir que “Dragon Ball Super: Broly” no decepcionó. No se trata de una película magnífica, necesariamente, ni de una producción que vaya a cambiar el status quo de la franquicia, pero sí de una historia que debería satisfacer a la mayoría de fanáticos de la obra de Toriyama. Llenísima de acción, competentemente animada, y narrativamente ambiciosa —al menos para estándares de “Dragon Ball”—, “Super: Broly” no es un filme que vaya a convertir a los neófitos… pero no tiene que serlo. Es entretenida, tiene suficientes momentos de humor, y nos entrega secuencias de acción memorables y visualmente impactantes. Otorga todo lo que uno esperaría de una nueva cinta de la saga; ni más, ni menos.

“Dragon Ball Super: Broly” comienza con un prólogo que se lleva a cabo cuarenta años atrás. En él, vemos una nueva versión de la historia de Bardock, el padre de Gokú, así como el rol de Paragus, un general de los Saiyaín, y su hijo Broly. Al igual que en “El Padre de Gokú”, vemos como Freezer destruye el planeta Vegeta, acabando con —casi—todos los Guerreros Saiyajín. La mayor diferencia en esta versión es que vemos como Paragus y Broly se quedan atrapados en un planeta inhóspito luego de ser amenazados por el Rey Vegeta, y que la madre de Gokú hace una aparición algo superflua, pero gratamente sorprendente.

El resto de la película se desarrolla luego de la última temporada de “Dragon Ball Super”. Es ahí que, luego de una serie de eventos que no planeo malograr en este texto, tanto Freezer y sus secuaces como Paragus y un Broly ya adulto llegan a la Tierra… y cada uno tiene sus propios objetivos. El primero quiere enfrentarse a Vegeta y Gokú una vez más, para ver si por fin los puede destruir, mientras que los segundos quieren cobrar venganza; consideran al Rey de los Saiyajín, y por ende, al Príncipe Vegeta, como responsables de que se hayan quedado tantos años varados en un planeta lleno de monstruos. Pero lo que Paragus no había considerado es que la gentil Chelye, secuaz de Freezer, sería capaz de entablar una relación cercana con Broly, descubriendo que no se trata de un simple monstruo musculoso y súper poderoso, si no más bien de un ser con sentimientos.

A pesar de ser una película llena de acción —ya llegaremos a eso—, el guión de “Dragon Ball Super: Broly” se esfuerza por desarrollar una narrativa inesperadamente ambiciosa, en donde las relaciones entre personajes, así como sus motivaciones, son establecidas de manera muy concreta, para que los enfrentamientos posteriores resulten más tensos y emocionantes. El prólogo, aunque distinto a lo que Toriyama y compañía nos habían contando en filmes anteriores, es bastante potente (sí, sigue pareciéndose a la historia de Superman; es a propósito), permitiéndole al espectador entender la manera en que tanto la sociedad Saiyajín como el ejército de Freezer funcionaban. Por otro lado, la forma en que establecen a los personajes de Paragus y Broly es suficientemente intrigante, haciendo que uno llegue a comprender por qué el guerrero del título termina siendo tan salvaje, tan incapaz de comunicarse fácilmente.

De hecho, lo mejor de “Dragon Ball Super: Broly” es que desarrolla a Broly no solo como una máquina de matar que solo puede decir “Kakaroto”, si no más bien como una persona que fue abusada por su padre durante muchos años, utilizada más como una herramienta que como un ser vivo con sentimientos. El exterior de Broly puede denotar intimidación y fortaleza, pero como Chelye llega a descubrir, su interior es bastante más humano. Dicho sea de paso, me gustó el rol de Chelye en la historia —así como su caracterización alegre y despreocupada—, pero me hubiese gustado ver más interacciones entre ella y Broly. Se llega a entender el impacto que ella causa en el poderoso guerrero, pero ver más evidencia de ello hubiese ayudado a justificar el clímax de la historia de manera más creíble.

Porque al final del día, como uno hubiese podido asumir, “Dragon Ball Super: Broly” termina tanto con una pelea brutal y épica, como con un deus ex machina que resuelve todo sin mayores problemas. Esto último podría resultar frustrante para los neófitos, pero para quienes hemos disfrutado de infinitas películas y capítulos de la serie de “Dragon Ball” por años, resulta bastante previsible. En todo caso, acá lo más importante es la ACCIÓN: la pelea entre Broly, Gokú y Vegeta, la cual no decepciona. La manera en que es desarrollada, utilizando animación de alta calidad, movimientos rapidísimos, y hasta elementos en 3D que —¡oh sorpresa!— no se sienten demasiado fuera de lugar, definitivamente ayuda a que dicho encuentro se sienta como un evento imperdible. Se trata, pues, del combate más impresionante que haya visto en toda la saga de “Dragon Ball”, el cual definitivamente ayuda a justificar el precio de la entrada al cine.

En general, la animación en “Dragon Ball Super: Broly” es bastante buena (y debía ser así, considerando la controversia que ciertos episodios de “Dragon Ball Super” habían generado, en relación a la mala calidad de su animación). Naohiro Shinani, el supervisor de animación, se ha encargado de incluir varios detalles que le otorgan una cualidad más cinematográfica a “Dragon Ball Super: Broly”: cambios de foco, fondos fuera de foco, movimientos de cámara, personajes que entran y salen de encuadre, o que se mueven en diferentes planos dentro del encuadre, lens flares… todo para que la película no se sienta como un episodio más de la serie, si no más bien como un producto digno de verse en la pantalla grande. Eso sí: hay UNA escena (involucra a Piccolo) que por alguna razón, tiene modelos bastante más simples que el resto de la película. Casi parece como si hubiese sido la última escena en hacerse, cuando la producción se estaba quedando sin presupuesto. No llega a malograr la experiencia en general, pero sí resalta de forma francamente confusa.

A pesar de que este nuevo canon cambia ciertos detalles de la historia de Bardock, y caracteriza a Broly de manera distinta a filmes anteriores, los fanáticos deberían quedarse tranquilos: “Dragon Ball Super: Broly” se siente como una película de la saga. Gokú sigue siendo tragón y sigue estando obsesionado con ser más fuerte; Vegeta sigue siendo renegón e impaciente, y Freezer sigue siendo un gran villano (especialmente cuando se convierte en Golden Freezer, igualito a un Óscar). Mi único “pero” en relación a este último es que no fue tan bien usado por el guión, me imagino, para que no le robe el show a Broly; no es muy grave, pero sí podría fastidiar a algunos fans. Además, como suele pasar en este tipo de cintas, más concentradas en la acción y en el lore, que en una historia 100% coherente, “Dragon Ball Super: Broly” no carece de agujeros narrativos (como cierto personaje que desaparece durante buena parte de una pelea, sin mayores explicaciones). Los fanáticos deberían ser capaces de ignorar (o al menos tolerar) estos defectos. A los demás… les deseo buena suerte.

“Dragon Ball Super: Broly” es todo lo que uno debería esperar de una película de la franquicia: si no termino alabándola, es porque no hace nada particularmente imprevisible o revolucionario. Nos entrega la acción que todos esperábamos, cambia algunos detalles de la historia de trasfondo de nuestros personajes favoritos, tal y como ya sabíamos, y está protagonizada por todos los personajes a los que les tenemos cariño. De hecho, me encantó que no abuse de personajes secundarios que poco o nada tendrían que hacer en esta historia; el foco está en Gokú, Vegeta, Broly y Freezer, como debía ser. “Dragon Ball Super: Broly” no altera el status quo de la saga, por lo que verla sin ser fanático —o sin haber disfrutado de alguna de las temporadas de la serie— no tendría sentido. Los demás, sin embargo, estoy seguro la pasarán bastante bien.

Nota: fui a ver la versión con doblaje latino (porque nostalgia). No me arrepiento en lo absoluto, aunque es genial tener la opción de verla en japonés con subtítulos, especialmente para los puristas.