REVIEW

Bloodrayne (2005) – sangre, sexo, y muchas pelucas

Comparte:

Por

Publicado: 12 de febrero del 2017

EN PANTALLAS Banner

¿Dónde están los Nazis?

1200

A pesar de no ser una franquicia famosa en el mundo de los videojuegos, producir una adaptación decente de Bloodrayne no debería ser demasiado difícil. Todo lo que necesitarías sería una protagonista atractiva y atlética, escenas de acción sangrientas y emocionantes, y a los Nazis como villanos principales.

Con lo que no debería contar el filme, más bien, es a Uwe Boll como director. Ya en entregas pasadas de mi blog hemos revisado sus dos primeras películas basadas en juegos: la terrible House of the Dead, y la impresentable Alone in the Dark. Y aunque Bloodrayne no desciende a los mismos niveles de ridiculez e incompetencia, ciertamente es una absurda cinta de “terror” y acción, protagonizada por un reparto sorprendentemente decente que no parece tener la más mínima idea de lo que está haciendo en la película.

Kristanna Loken (Terminator 3: La rebelión de las máquinas) interpreta a Rayne, una “dhampir” (mitad vampira, mitad humana) del siglo 18, bisexual, experta en combate con espadas, y letal. ¿Su misión? Vengar la muerte de su madre, quien fue asesinada por el super vampiro Kagan (Ben Kingsley… porqué no), quien planea conquistar el mundo, o algo por estilo. Sus compañeros de pelea son Michael Madsen (quien mantiene una expresión de aburrimiento impresionante de principio a fin), Matt Davis (más tieso que un maniquí), y Michelle Rodriguez (quien transporta su personaje de Rápidos y Furiosos al siglo 18).

Sólo para adolescentes

2301_9_screenshot

Bloodrayne es una suerte de mezcla entre película explotadora ochentera, y filme de terror de la Hammer. Boll parece haber desarrollado la trama exclusivamente para adolescentes hormonales: tenemos a Lokken teniendo sexo y mostrando su cuerpo de cuando en cuando (por algo mencioné que el personaje es bisexual líneas arriba…), ridículas cantidades de sangre, secuencias de combate exageradas e inverosímiles, y una trama casi inexistente. De manera similar a filmes previos (y posteriores) de Boll, toda situación parece haber sido incluida únicamente porque “se veía increíble”, no porque tuviese sentido dentro de la narrativa de la cinta.

Esto no representaría un problema si es que la película estuviese competentemente filmada, pero ese no es el caso, desafortunadamente. Las escenas de pelea son casi incomprensibles; generan cero tensión, y actores como Madsen o hasta Rodriguez demuestran que no tienen la más mínima idea de cómo utilizar espadas, u otros instrumentos letales de la época. De hecho, resulta bastante gracioso ver a Madsen, con peluca falsa y actitud del siglo 21, en una cinta “de época” como esta.

La sangre parece haber sido comprada en la Casa de las Bromas, el vestuario es ridículamente anacrónico (como Boll quería atraer a la mayor cantidad de adolescentes posible, viste a sus personajes femeninos con trajes de cuero reveladores), y el diseño de producción no contribuye a ningún tipo de sentido de verosimilitud o realismo. He visto obras de teatro escolares con mayores ambiciones visuales —al parecer, Boll gastó la mayor parte de su presupuesto en sus actores, por lo que no le quedó mucho dinero para gastar en sets o espadas que no parezcan estar hechas de tecnopor.

¡Para burlarse!

QUOTE Bloodrayne

No obstante, y a diferencia de otras producciones en la filmografía de Boll, debo admitir que es muy posible disfrutar de Bloodrayne como una película “tan mala que es buena”. Tenemos a Meatloaf (sí, ese Meatloaf) como un vampiro rodeado de prostitutas europeas (dato curioso: para dicha escena, Boll contrató a prostitutas europeas de verdad, no a actrices; aparentemente, eran más baratas). Tenemos a Rodríguez y a Madsen, actores de aspecto y actitud claramente contemporánea, tratando de actuar como personajes de los 1700s. Y por supuesto, tenemos secuencias de acción que parecen haber sido copiadas de viejas caricaturas de los Looney Tunes.

Pero si hay un actor cuya presencia en Bloodrayne es inexplicable, confusa, surreal, es Ben Kingsley. Usando una peluca de maniquí, y tratando de imitar algún tipo de acento europeo, el galardonado actor británico interpreta a Kagan con una exageración impresionante, convirtiendo al personaje en villano totalmente burlable y nada intimidante, pero al menos entretenido. Aparentemente, Kingsley solo aceptó el papel porque “siempre quiso interpretar a un vampiro”. Pues no lo culpo.

Bloodrayne es una cinta que trata de transmitir una sensación palpable de aventura épica y explotación máxima de violencia y sexo, pero que a final de cuentas, se siente tan relevante e importante como un cortometraje dirigido, escrito y protagonizado por gatos y perros. (Espero que aprecien tan absurda comparación). Pésimamente actuada (aunque Kingsley divierte), visualmente espantosa, y totalmente incoherente, Bloodyrayne termina entreteniendo precisamente gracias a sus incontables deficiencias. Y es por ello, y sólo por ello, que termina siendo superior a House of the Dead y Alone in the Dark (pero no por mucho).

Comparte: