No es que sea una fecha establecida, pero ya que muchos lo dicen, asumamos que ayer fue el “día del gamer”. Dicho término, un anglicismo que a decir verdad existe hace ya algún tiempo, ha servido para popularizar a quienes hoy por hoy seguimos disfrutando de los videojuegos, sin importar la frecuencia con la que lo hacemos ni el tipo de videojuegos que podamos preferir (véase la eterna disputa -generalmente unilateral- entre el gamer “hardcore” y el gamer “casual”).

 

«Hace algunos años, decir que a uno le gustaban los videojuegos (no existía propiamente el término “gamer” en este lado del mundo) era suficiente para ser estereotipado como “vicioso” e “inmaduro” a los ojos de otras personas, supuestamente productivas y maduras.»

 

Para quien esté bordeando o superando los 30 años, esta situación probablemente le haya resultado extremadamente familiar hace algunos años; pero hoy nos podemos dar cuenta que ha ido cambiando.

 

 Imagen relacionadaIncluso las relaciones entre parejas cambian. Hace un tiempo, una ex que se quejaba antes que no le contestaba rápido por andar jugando me pidió que la ayude un problema con su save de Fallout Shelter

 

Y es que con el paso del tiempo y el nacimiento y consolidación de lo que se podría llamar la “cultura geek”, nacida a su vez como parte de la llamada Cuarta Revolución Industrial producto de los avances tecnológicos y su mayor alcance a la población, es que el consumo de videojuegos empezó a hacerse más popular por estos lares. Eso se sumó a que, en la década pasada, quienes crecimos en los 90’s empezamos a trabajar y ganar nuestro propio dinero para comprar nuestros propios videojuegos, para darnos ese lujo (sí, aún hoy es un pasatiempo bastante caro) de tener en nuestras manos aquel videojuego que tanto estábamos esperando. Si quisiéramos hoy por hoy personificar al «gamer» promedio, sería una persona de entre 25 y 35 años, que puede ser casado o soltero, con hijos o sin ellos y felizmente con una creciente participación femenina. Es un consumidor exigente, «crítico», generalmente informado y aficionado a la tecnología, pero por sobre todo, con un poder adquisitivo interesante para muchas de las marcas especializadas.

 

Con sus altos y bajos, la sociedad ha ido cambiando su visión respecto a los videojuegos y si bien todavía hay mucho por hacer, podemos decir que hemos empezado a avanzar. Es en este momento en que vale la pena preguntarnos…

 

¿Y cuánto hemos estado avanzando nosotros como «gamers»?

 

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Acompáñenme a ver esta triste historia… (Captura de Twitch de la partida del ragequit de «15 añitos»)

 

Empezaré diciendo que nunca me terminó de convencer usar ese término: «gamer», ya que me parece que el origen de muchos de los problemas que tenemos actualmente de los fanáticos de los videojuegos radica en su definición. Como ya había dicho al principio, la acepción técnica de «gamer» abarca e incluye a cualquiera que juega videojuegos y los disfruta, y por videojuegos entendemos a todos, no uno, no a un determinado tipo de videojuego, tampoco sólo a los que se jugaban antes. Cuando me refiero a todos es, literalmente, a TODOS y cada uno de ellos, sin importar si se juegan en PC, consola o smartphone.

 

Aquí empieza el primer problema: El dilema sobre lo que es y no es un «verdadero gamer». Esa maldita ansiedad por definir una parte de nuestra identidad pero diferenciándonos del resto para sentirnos «importantes».  Que el verdadero gamer no juega Dota, que el verdadero gamer le gustan sólo los juegos antiguos, que el verdadero gamer sólo es un hardcore y no un casual, que los que no juegan tan bien un juego no son verdaderos gamers (claro, en nuestra concepción nosotros somos los «pro» y el resto son los «mancos»), que las mujeres no juegan y sólo son poseras, que los que juegan FIFA y PES no son verdaderos gamers, entre otras ridiculeces que me ha topado leer desde hace algún tiempo. Ese repugnante tufillo esnob del que se siente superior si nunca ha pisado una cabina de internet para jugar y toparse con niños que disfrutan a su manera algún MOBA, como si nunca hubiese tenido que ir al «vicio» de niño, en algún lugar casi clandestino en el que gastaba los pocos soles que recibía de propina. Después de vivir los estereotipos de la sociedad por tanto tiempo, resulta irónico y triste pensar que ahora entre nosotros mismos venimos a discriminarnos.

 

Casos hay, qué duda cabe, en los que hemos sentido vergüenza ajena por lo que otro «gamer» hacía debido a su exponencial inmadurez (basta ver la imagen al inicio de este bloque, correspondiente a un bochornoso incidente); pero lo más fácil para muchos siempre ha sido «flamear».

 

El flamming y su «tecladocracia»

 

Con el auge de los juegos online, la comunicación adquirió un papel trascendental. Pero con ello, vinieron una serie de inconvenientes derivados de la «protección» que siente una persona cuando se encuentra detrás de un teclado, al otro lado del mundo, en el que sabes que le digas lo que le digas a otro, no podrá responderte directamente, ni podrás tomar consecuencia directa de tus palabras. Es entonces cuando nace el «flammer», especímen muy común en nuestro medio, que encuentra en el poder del teclado la herramienta para poder colmar sus patológicas necesidades de atención por parte de los demás: el ataque.

 

Resultado de imagen para sasel ¿Necesito presentar a uno de los ídolos de los flammers?

 

Todo lo que no le gusta al «flammer» es basura, y ¡ay de aquel que se atreva a contradecirlo! No importa si es mayor o tiene más experiencia, ni tampoco si sustenta bien o no su idea. El flammer siempre encontrará en el insulto y el descrédito su herramienta favorita de actuación, además que encontrará ignorantes a quienes no compartan su opinión (aún cuando ni siquiera la puede sustentar adecuadamente). Claro, combinará mucho de lo que dice con algunas cosas reales y concretas (que sí, de cuando en cuando las dice) con su opinión personal para tratar de poner su opinión como una verdad. Sus ejemplares más radicales se mostrarán como los abanderados del combate contra lo «políticamente correcto» y bajo esa excusa usarán el insulto para justificarse porque «hay que decir las cosas como son». Los mismos flammers que quizá en este momento ya se hayan sentido identificados y estén llamando a sus otros amigos flammers para empezar a hacer lo que mejor saben hacer: flammear. Pero vamos, siempre ha existido esto, el problema es parece que se están multiplicando.

 

La necesidad de sentir que te encuentras en el lado «justo» y de que alguien sin importar si lo que dice tiene o no sentido te dé la razón, ha sido una motivación casi inherente al ser humano, derivada de su necesidad de aceptación por parte de su medio social y es por eso que los flammers por naturaleza se agrupan solos, para el autolike, para atacar en grupo, para seguir complaciendo esa necesidad de ser aceptado. Para ellos no importan los argumentos, sino los likes que le den a tu comentario «troll». Y es que dar la razón ha sido un estímulo reforzador de conductas desde hace siglos, y hoy lo sigue siendo.

 

Si un «gamer» peruano promedio se compra una consola evidentemente no le gusta que hablen mal de ella, porque al haber invertido en ella su dinero, cree como un pánfilo que aceptar las críticas lo haría ver como un estafado o en resumidas cuentas, un tonto. Y flamea.

«Si tienes una PlayStation 4 y alguien dice que tu consola calienta que da miedo «es que seguro eres un pecero que le gusta todo gratis». Si tienes una Xbox One y te dicen que tienes pocas exclusivas «es porque eres un pipero». Si tienes una Nintendo Switch y te dicen que la comunicación online es un verdadero enredo, te dicen «que eres un tonto porque te estafan pagando tanto por online». Si tienes una PC y te dicen que te llegan puros ports de juegos de consola, «es que todos son unos misios consoleros».»

Y así podríamos pasarnos todo el día tratando de descubrir todas las justificaciones que se dan para no aceptar una crítica, porque claro, para el flammer, todos están equivocados y él y sólo él tiene la razón, porque los demás «no tienen la autoridad moral» (típica falacia ad hominem) para hablar o en este caso, para teclear. 

 

Queremos todo, pero no damos nada

 

Lo dije hace un rato, el «gamer» peruano es un consumidor exigente. Después de todo, invierte el dinero que podría aprovechar en otra cosa para comprarse videojuegos, pasatiempo que no es nada barato. Pero esperen un momento… ¿Invertimos?

 

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El caso de Super Mario Run

 

Queremos excelentes juegos para celulares, pero los queremos gratis, porque de no ser así «es una basura de juego» (¿recuerdan Super Mario Run?). No importa si el desarrollador invirtió muchas noches sin dormir para terminar el juego, no importa si la plataforma donde se lanza nos cobra por publicarlo. Al diablo todo eso, exigimos que sea gratis y punto. Me pregunto, ¿qué mensaje le estamos dando a muchos chicos que hoy están estudiando Diseño de Videojuegos en diferentes institutos para hacer de su pasión una profesión? Definitivamente, nada alentador.

 

Pero claro, esto no sólo pasa en el público casual de smartphones. En PC queremos los juegos en la más alta calidad, pero crackeados. ¿Rebajas en Steam? ¿EA Access? ¿Humble Bundle? Ufff no, ¡muy caro! Pásame el zelda para el torrent o el crack del juego. ¿Yo pagar 18 soles por un juego? Mejor me lo compro en Wilson a 3 soles piratita nomás, ¿sí o no? Yo soy vivo pues, allá los tontos que pagan por un juego jajaja.

 

En consola al menos ya no tenemos el tema de los piratas (aunque sobreviven los «flasheados» de la generación anterior de consolas), pero es otro el problema. ¿200 soles el último juego? Uff no, esos son unos estafadores que inflan el precio (¿sabrán ¿sabrán que el precio lo pone el distribuidor y no la tienda? ¿sabrán el concepto de estafa, siquiera?). ¡Pero si allá cuesta 300 dólares! ¡Qué timo! (¿sabrán que la consecuencia de no tener a la marca localmente hace que se tenga que importar el producto, además de los costos logísticos y de la evidente ganancia del vendedor? ¿Pensarán que el vendedor es una ONG?).

 

Pero bueno, nada de esto sería mucho problema si fuésemos conscientes que, comprando donde queremos comprar, a veces no contribuimos con los números locales (y aclaro que a veces porque en algunos casos puntuales, esto sí se refleja), lo cual trae como consecuencia que las marcas oficialmente no tengan presencia local, ya que la que hay es a través de representantes, por lo que se tiene que traer a través de distribuidores oficiales, lo cual aumenta el costo de las consolas y videojuegos y así esto se vuelve en un círculo vicioso sin fin. Exigimos precios más bajos, pero nosotros mismos nos disparamos a los pies. Es como aquella noticia de hace algún tiempo en que los vecinos de un populoso distrito de la capital exigían que haya más limpieza y seguridad en las calles, pero cuando les preguntabas por qué no pagan entonces sus arbitrios (importante ingreso para financiar limpieza y seguridad) decían «pero si nadie paga, ¿por qué voy a pagar yo?».

 

Al final está bien si quieres comprar donde se te da la reverenda gana, pero no exijas algo que por tu propia responsabilidad no se puede lograr, porque hacerlo se ha vuelto la paradoja del mercado (porque a esto no se le puede llamar industria) de los videojuegos en el país.

 

A futuro…

 

Aunque existen muchos que felizmente no han hecho alguna de estas cosas, existimos otros que en algún momento hemos caído en ellas (sí, me incluyo). Poco más o poco menos, creo que no es momento de sacar en cara quién tiene más o menos «autoridad» para hablar (nuevamente, falacia) sino de empezar a pensar qué necesitamos para ir volviéndonos mejores nosotros mismos y proyectar eso a quienes nos ven desde afuera. Aquella señora que tiene un hijo pequeño al que le empezaron a gustar los videojuegos, o aquel padre al que su hija le dice que quiere diseñar videojuegos el resto de su vida; todos necesitan saber que somos una comunidad que comparte una pasión, no un grupo de individuos tóxicos que en vilipendiar a otros encontramos regocijo.

 

No importa si juegas en celular, consola o computadora; no importa si te gusta el FIFA o el PES, Battlefield o Call of Duty, Dota o League of Legends, si te gustan los juegos de pelea o los RPG; no importa si te gusta jugar sin que nadie te vea o moleste encerrado en tu cuarto o si te gusta hacer streaming y conversar con quienes te siguen; no importa si eres un jugador casual, hardcore o profesional; nada de eso importa. Lo único que nos debe importar es que hay otras personas que comparten nuestra pasión. Lo único que importa, es que al final todos jugamos.

 

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